Mi estrella

Hay tantas estrellas en el cielo, que dicen que cada una de ellas es un ser, que padece y, sobre todo, que siente.

Mi estrella empezó a brillar hace tres años. Los primeros recuerdos se remontan a mi madre y a mis hermanos. Compartimos una vida perfecta, en la que los mimos y los juegos nunca faltaban. A los dos meses me llevaron a una nueva casa totalmente distinta a la primera. Allí no había ni perros ni juegos. Pero sí juguetes. El principal era yo. Durante las primeras semanas en esa casa solo fui objeto de carantoñas, y fuertes abrazos y besos. Creí que todo iba a ser así, pero me equivoqué. No sé por qué pero no debí ser plato de buen gusto a mis amos, y de un día para otro me vi en la calle. Solo. Una buena mujer me encontró en mitad de mi soledad, y me llevó a un sitio en el que, según ella, iba a estar perfectamente: una protectora. Los primeros días fueron horribles. No fui aceptado hasta la semana de llegar, y me sentía otra vez solo. Pero era una soledad distinta a la de la calle. Ahora estaba acompañado pero me sentía solo. No es lo mismo estar que sentir. Un día me paré a pensar porque iba todo tan mal. Notaba que la luz de mi estrella era cada vez más débil… Pero no me rendí. Hice todo lo posible por no sentirme solo.

A partir de ahí todo cambió. Ya estaba acompañado, ya recibía mimos e ya no me sentía solo. Recuerdo como los primeros días deseaba escapar. Huir de ahí. No sé que hubiera pasado si me llego a marchar pero luché por el brillo de mi estrella.

Un día, se interesaron por mí. Una mujer que quería un perrito como yo. Me Adoptó. Pero volvimos a lo de siempre. No encontré en ella lo que andaba buscando, y de esta vez sí. De esta vez sí que me marché en busca del sitio en el que yo sí estaba feliz. Las cosas no sucedieron como yo esperaba, y me perdí. Sin embargo podría haber sido peor. Me alimentaban en la calle, y la gente me rascaba la barriga o me acariciaba el lomo de vez en cuando. Pero aquellos días no tardarían en marchitarse.

Aquí está, el principio del último párrafo de mi vida, y del último parpadeo de mi estrella. Fui atropellado por un coche en un momento de descuido. Cuando estaba en el suelo, pensé que sólo había sido un pequeño golpe, pero me equivoqué. Me rompí la columna. A mi alrededor había un grupo de curiosos que no debían tener otra cosa que hacer más que mirar a un perro intentando sobrevivir. Lo único que se les ocurrió hacer en ese momento fue llevarme a mi hogar: la protectora. Estuve metido en un cuarto, con mantas y calor en la espalda, para ver si mejoraba. El dolor era terrible. Todos los días me visitaban mis hadas madrinas, que me ofrecían agua, comida, me cambiaban de postura, me decían cosas bonitas… Sin embargo sus poderes se estaban acabando, y a través de mis amarillos ojos intenté pedirles ayuda. La única hada a la que recuerdo me decía convencida: “Ya verás, como dentro de nada ya podrás volver a correr como antes, ¿Eh Peliños?” Ella fue la última hada…

Al día siguiente fui llevado en brazos fuera de la protectora. ¿Lo último que recuerdo de ella?: los ladridos de mis compañeros, algunos asomados por la puerta y el ruido de la cancilla al cerrar. “Mi último viaje”, pensé. “No es el último (dijo la última hada en el interior de mi cabeza), todavía queda el viaje a tu estrella”. Esa noche, había una luz apagada; un corazón que ya no sentía; y una estrella menos.

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