El roble había crecido junto a la piedra y sobre la piedra. En la piedra abrazada por las raíces del árbol, vivía Momi el enano, desde hacía muchos años. Nadie en el bosque sabía cuántos porque siempre le habían visto allí y no recordaban ningún momento en que no estuviera, ni siquiera el más viejo de entre los viejos porque él era el más viejo de todos.
Estaba allí antes de que los abuelos de los hombres del pueblo hubieran nacido, y antes de que hubiera pueblo siquiera, antes de que se trazasen los caminos y antes de que el roble abrazase su piedra. Estaba allí antes incluso de que hubiera bosque.Como era tan viejo había visto muchas cosas; sabía mucho.
El gato montés y el zorro eran sus amigos, el ratón y el pajarillo se sentían seguros a su lado.A la dríade del roble le gustaba charlar con él y se pasaba las horas conversando. Pero un día, los hombres del pueblo cercano decidieron que el bosque ya no era mas de todos y de nadie; por lo que lo repartieron entre los vecinos del pueblo.Al poco tiempo llegaron unos hombres con motosierras que, con gran estruendo en el bosque, cortaron el viejo roble, que llevaba casi mil años abrazando la roca de Momi. Después con un tractor arrancaron sus raíces. La hermosa dríade de largos cabellos lanzó un grito de dolor y, en aquel mismo instante, comenzó a marchitarse poco a poco hasta morir.
También arrancaron la piedra de Momi, que había quedado desprotegida y se la llevaron, para adornar el jardín del nuevo dueño, de aquella parte del bosque.La casa no era muy grande pero tampoco pequeña: una antigua granja restaurada y modernizada por el hijo, abogado del viejo granjero, pero que aún conservaba las viejas piedras, el alpendre y el hórreo.La antigua entrada de las vacas era ahora un bonito jardín donde jugaba el nieto del dueño. Fue él, el primero en oír los débiles quejidos que salían de la piedra:- abuelo la piedra nueva llora.
El viejo se acercó a ella y aguzó el oído – «o neno ten razón a pedra chora “, pensó para sí, y aunque no dijo nada, la vigiló todo el día. A la noche cuando iba a correr las cortinas de su dormitorio, le echó una última mirada y vio como un gran gato rayado estaba junto a ella. Parecía mirarla fijamente, sentado entre los crocus que la rodeaban, era el gato montés del bosque que había venido a visitar a su amigo Momi.
– Están cortando más árboles y muchas dríades están muriendo. En el bosque hay un gran lamento -dijo preocupado y seriamente a su amigo.
Momi callaba, había vivido mucho y no se asustaba tan fácilmente como el gato. Miraron hacia la ventana, y el viejo, pensativo, corrió por fin la cortina. Ya de día, después del desayuno, cuando su hijo y su nuera habían salido para el despacho y su nieto para la escuela, bajó con una azada pequeña, para plantar algunos bulbos de flores alrededor de la piedra. Antes de ponerse a trabajar, la palpó, acariciándola por todos sus redondeados lados, la auscultó detenidamente y, luego al no sentir nada, la dejó y empezó a plantar los bulbos.
Llevaba agachado poco rato, cuando creyó oír unos ruiditos, como una risa muy finita – jijiji -.
Miró la piedra una vez más y descubrió que su forma ya no era tan lisa, un pequeño bultito se iba desprendiendo de ella hasta que tomó la forma de un diminuto viejito barbudo, medio transparente, vestido de encarnado y verde, que dé un salto se encaramó a la piedra.
-Me rio de ti – dijo.
El hombre le miró asombrado -Por qué – acertó a preguntar.
-Porque tú eras el niño que perdió un duro de plata, el día que empezó la guerra y nunca más lo encontraste.
– Que dices -.
– Si, si, recuerdas, llorabas como para llenar un pozo -.
El hombre empezó a recordar. Era verdad, de aquella tenía nueve años, andaba descalzo, y el duro era para pagar todo lo que debían sus padres en la tienda. Se lo habían encargado a él, que era el mayor de los hermanos, pero encontró unos amigos y fueron al arroyo a jugar en el agua. A la vuelta, después de cruzar el bosque, se dio cuenta de que no lo llevaba; había perdido el dinero que le confiaron sus padres. Y recordó otra cosa; buscando entre la hojarasca, junto a las raíces de un roble que abrazaban una piedra blanca, había visto a aquel mismo enanito.
Fue un instante, primero le dio la risa suave, y después con la visión medio nublada por las lágrimas, lo vio un momento antes que desapareciera dentro de la piedra.Se había quedado tan impresionado que olvidó el duro por un momento. Dejó de llorar y se fue a su casa para aguantar la azotaina correspondiente. Sin embargo, no hubo azotes, simplemente le hicieron trabajar para pagar la deuda. Y ya no fue más a la escuela. Aquel duro de plata le cambió la vida.
No estudió como sus hermanos. Se quedó en la granja. Luego se casó y crió allí a sus cinco hijos hasta que se fueron a vivir sus vidas. Enviudó y el hijo pequeño volvió para quedarse, con su mujer y el nieto. El dejó las vacas y reformaron la casa. De eso hacía ya cinco años.
El hombre miró sonriente al hombrecillo barbudo. – Y tú ¿porque llorabas ayer? – .
– Porque murió mi mejor amiga, la dríade del roble que mandaste cortar.
-¿Murió con el roble?-.
-Si-.
-Entonces estarás enfadado conmigo-.
-No, nunca me enfado. Solo me gustaría una cosa: que vayas a buscar el duro que perdiste. Está en el hueco de una roca sobre la que saltaste hace más de setenta años. Si, ahí fue donde se te cayó la moneda. Eso es.
El viejo fue al bosque y encontró la moneda en la hendidura de la roca. Cuando tuvo el duro de plata en la mano; recordó su infancia y el bosque de su infancia que ahora él estaba destrozando. Y vio al gato montés y al lirón a la luz del sol en las hojas del otoño, a la ardilla y al zorro. Comprendió y no quiso ser el culpable de su destrucción. No quiso que su nieto le acusara en un futuro. Decidió dejar el bosque tal como se lo habían dado a él: un lugar donde las generaciones había sobrevivido de forma natural. No, no iba a ser él quien lo aniquilara.
Tranquilo, volvió junto a Momi, el enano.
-No se van a cortar más árboles –.
Momi sonrió: – lo sabía, aún guardo la esperanza en el hombre.- y diciendo esto desapareció en su piedra, esperando vivir todavía tanto al menos, como había vivido hasta entonces.
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